Vaya, no se llama así, se llama Gregory Porter y nació en
California, pero da lo mismo, es un cantante universal y si no te lo crees
escucha su último dísco “Liquid Spirit” y luego me cuentas.
Estuvo en el último festival de Jazz de Donostia y mi amigo
y otra mitad de El Autobus Azul, Andrés, me habló maravillas y curiosidades
(lleva un casco negro que al menos hasta donde sabemos no se quita nunca, él
dice que por estética y las malas lenguas que por una enfermedad cutánea. Da lo
mismo, no le afecta a su voz y a su sensibilidad musical que es lo que ahora
más nos importa), me decía que tenía que escucharle, aprender de su forma de
cantar (anda que no, si yo tengo que aprender a cantar de cualquiera, de la
prima de mi amiga Diana de Arenas por ejemplo, que canta copla a cualquier hora
mejor que la Piquer. Admito apuestas).
Pues a lo que iba. A Gregorio le oí el otro día en la Sala
Clamores y me impresiono. Tuve la sensación de estar escuchando a un grande, a
alguien que va a hacer historia en la música.
Para empezar su presencia es tremenda. Es, como diría el
clásico “todo humanidad”, cerca de los 2 metros en redondo, no es que este
gordo (tiene su tripita) es de esos negros (perdónenme si alguien se ofende,
pero ¿es que nosotros no somos de color?) americanos grandes les mires por
donde les mires, por algo fue jugador universitario de fútbol americano (y ya
se sabe, el rugby es un deporte de brutos jugado por caballeros, el fútbol un
deporte de caballeros jugado por brutos y el fútbol americano, un deporte de
brutos, jugado por brutos).
Pero lo más sorprendente, bueno, una de las cosas más
sorprendente es su buena disposición su ausencia absoluta de divismo. Llegamos
una hora antes de la hora prevista del concierto para coger un buen sitio
(luego no lo fue tanto) y estaba allí Gregorio aguantando fotos y más fotos de
sus fans. Luego al finalizar el concierto otra ronda de fans agasajando al “ídolo”,
fotos, firmas, sonrisas, abrazos. Agotador sobre todo después de 2 horas de
jazz a todo trapo. Pues eso, una vez en el escenario sorprende su sensiblidad,
su dulzura incluso. Acomete cada tema sin forzar las entonaciones pero dando
una lección de cómo utilizar su instrumento (su garganta) para sin entender ni
papa de inglés (mi caso) comprender que te quiere decir en cada momento.
Hay
que decir que su banda, un pedazo de banda, ayuda lo suyo.
Todos instrumentistas de altos vuelos, un saxo (Yosuke Sato)
complejo, que se la juega en cada solo y
sale más que airoso. Un bajista (Aaron James) contenido hasta que llega su
momento y se soltó un solo de aúpa, con una muy arriesgada propuesta llena de
matices y muy alejada de la línea melódica más al uso. Lo suyo fue casi cubismo
picassiano al bajo.
El pianista (Chip Crawfor) sólido y también arriesgado y el
batería (Emmanuel Harrold) ajustado, preciso y preciosista. Vaya, un “pedazo de
banda” y mientras, Gregorio les dejaba hacer a su gusto con solos largos y
efectivos, pero cuando su voz entraba en
liza volvía a imantar al personal que se elevaba del suelo hasta tocar bajos
profundos y tesituras rozando la perfección y durante toda la noche no rompió la
voz ni una sola vez, no lo necesito. Trasmitió todo sin necesidad de usar
artificios. Todo lo que hizo fue natural y sencillo, lo más difícil, sin ningún
género de dudas en cualquier oficio y en la música quizás más.
En resumen, os recomiendo “Liquid Spirit” y si veis por ahí
que actúa, no lo dudéis. Pillar una entrada y disfrutar.